El Mundo de José Bastidas
El mundo pictórico de José Bastidas es un mundo cerrado, donde habitan los seres de su propio imaginario. Esos personajes revelan los sueños y pesadillas de un artista que parece haber creado su propio tiempo, de espaldas a la realidad que le rodea. Y en cierto modo manifiestan también un concepto estético sui géneris, alejado de la belleza tradicional. Se pensaría que Bastidas trata de ironizar cuando pinta, a su manera, por ejemplo reinas de belleza, señoras de sociedad y otras damiselas; pero quizás lo que hace no es sino trasladar al soporte las figuras que produce su fantasía, para crear escenas que el espectador puede tomar como la caricatura de ciertos ambientes.
Influida de alguna manera por Luigi Stornaiolo, la obra de Bastidas respira muchas veces una atmósfera saturnal, que nos remite a lo báquico o a lo mágico. Evidentemente al pintor le atrae lo extraño, inclusive lo que no se puede nombrar. De ahí procede ese aire sulfuroso que se respira en algunos de sus cuadros. Pero otras veces es la parodia de lo frívolo, lúdico o erótico lo que hallamos en sus lienzos y papeles. En todo caso, lo que pinta Bastidas está, curiosamente, a contrapelo de su perfil humano, de hombre tranquilo y en paz consigo mismo. Es su otro yo.
¿De dónde le viene esa necesidad de hacer una pintura que puede resultar agresiva, por el tratamiento intencionadamente grotesco del tema, en términos del dibujo y la distorsión de las formas, del color, de la fuerza de las pinceladas?. Es quizás la manera que adopta una protesta íntima, secreta, disfrazándose de burla y sarcasmo.
Lo evidente es que en José Bastidas hay un convencido del arte, un pintor que, al margen de cualquier tendencia al uso, dice su verdad -una verdad que puede resultar desconcertante-, solo por el gozo de decirla, y a fuerza de honesto consigo mismo, le pone a su obra un sello personal e indeleble. Lo cual le da derecho a un lugar de interés entre los pintores ecuatorianos con los que se ha inaugurado el siglo XXI.
Rodrigo Villacís Molina
Crítico de arte y literatura, periodista y catedrático universitario. Durante varios años se desempeñó como redactor, jefe de redacción, columnista y editorialista de los diarios El Tiempo y El Comercio de Quito, en donde permanentemente animó las secciones culturales; también colaboró con revistas como Vistazo de Guayaquil, y Diners de la capital.